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  ALEGRE VERANEO EN PENCO
 

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ALEGRE VERANEO EN PENCO
Pocos ignoran que el viejo Penco, situado a orillas del mar, es una de las ciudades más antiguas del país, que fue destruida por un maremoto y que luego su población se trasladó a la actual Concepción. Pero no tantos recuerdan que, hace “apenas” un siglo, fue uno de los balnearios más distinguidos de Chile. Empresarios y políticos connotados, aun varios presidentes con sus familias, pasaron allí deliciosas temporadas.

El primero en reconocer el encanto del lugar fue el mismo Pedro de Valdivia. Arriba al valle de Penguco (“agua de peumo”) en febrero de 1550. Aunque le ocupaban cuestiones más graves, no dejó de celebrar el puerto y bahía, que llama “el mexor que hay en estas indias”. Y luego, en carta a la Corte, agrega: “Tiene en un cabo un buen río que entra allí en el mar, de infinito número de pescado, céfalos, lampreas, lenguados, merluzas e otros mil géneros de ellos, en extremo buenos, e de la otra parte pasa un riachuelo de muy clara e linda agua, que corre todo el año”. Una descripción, convengamos, no exenta de sensibilidad estética.

En el lugar se levantó una ciudad con recias iglesias de piedra, una gran Plaza Mayor, Cabildo y un fuerte. Esa es la ciudad que destruyeron los terremotos y maremotos de 1730 y luego de 1751, determinando el traslado de la urbe. Hoy sólo sobrevive el fuerte la Planchada. Testimonio de su antigua importancia, seis gobernadores de Chile, entre ellos el mismo Alonso de Ribera, están enterrados en Penco. Se hallan sepultados en el Templo de San Francisco. La Sociedad de Historia de Concepción instaló una placa en la Plaza de Armas, resaltando este hecho histórico.

Muchos viajeros europeos visitaron la ciudad, durante los años coloniales. Entre ellos el padre Feuillée, el naturalista Dombey o el malogrado navegante Lapérouse, que llegó en una expedición con más de doscientos científicos. El más recordado es Amadeo Frezier, quien “descubrió” la fragaria chilensis o frutilla, en las colinas de Penco. La llevó a Francia y la entregó al jardinero del rey, propagándose luego por todo el mundo.

Nostalgias de antiguos veranos

Con extensas playas, estaba señalado el destino de balneario de Penco. Aquellas comenzaban en la desembocadura del río Andalién y eran, de sur a norte, Playa Negra, playa de Penco, de Cerro Verde, de Lirquén e isla de la Cata, formada por rocas rodeadas por el mar. La pesca era riquísima; también había bancos de choros zapatos, que de vez en cuando regalaban una perla. Varias caletas todavía dan colorido al paisaje marino.

El ferrocarril a Penco es inaugurado en 1891. El nocturno traía a familias santiaguinas a veranear allí. Numerosas familias penquistas, chillanejas o de la Frontera, tenían su chalet junto a la playa. La prensa recoge así un paseo a la quinta del filántropo penquista Pedro del Río:

“Palpitante está el recuerdo del primer paseo ofrecido a las familias que veranean en el puerto de Penco. El ha dejado en los corazones de todos múltiples y delicadas expresiones. El señor Daniel Urrejola tiene invitadas a sus relaciones a la Quinta del señor del Río en ese puerto. Habrá un lunch, baile y gratas excursiones de recreo”. La nota concluye afirmando: “Cada día se va haciendo más ameno el veraneo en Penco.”

Hacia 1920, existía el gran Hotel Coddou, que era la atracción de los turistas. Ocupaba un predio extenso, entre las calles Freire, Penco y la línea férrea. Tenía salón de baile, de juegos y buena comida francesa. Un establecimiento contiguo estaba destinado a baños de mar, de agua caliente y fría. Un muelle de madera, del cual se arrojaban intrépidos bañistas, servía de recreo a los turistas.

Los días domingo daba retretas la banda del regimiento Chacabuco de Concepción. Los paseos en bote y las caminatas a los cerros contiguos, como el de la Virgen del Boldo, eran las entretenciones preferidas. “Las damas, dice Fernando Campos, se bañaban con amplios faldones sobre ajustados pantalones, mangas largas y blusa cerrada al cuello. En la arena se protegían del sol con quitasoles, a fin de resguardar la blancura de su cutis”. Los caballeros vestían trajes con rayas transversales, de ajustados pantalones y “ayuyas”, o sombreros de paja.

En Penco veranearon, el presidente Balmaceda, poco antes de su caída, Pedro Montt y Arturo Alessandri. Con gran nostalgia, antiguos vecinos recuerdan el Carnaval Veneciano, que se efectuaba todos los veranos. Embarcaciones engalanadas por guirnaldas de colores recorrían la bahía. La fiesta dura hasta los años treinta, cuando Tomé se pone de moda. Un voraz incendio destruyó el hotel para siempre.

Pasaron ochenta años. Estamos a unos meses de que se concrete un anhelado sueño de los pencones. El bypass permitirá sacar a los pesados camiones del centro de la ciudad. Lo anterior coincide con un modesto auge inmobiliario. Hoy se vive la recuperación de las playas, gracias a un emisario submarino. No se ha podido concretar la limpieza total, pero la situación lentamente mejora. A ver si Penco encuentra en sus playas recobradas, las mismas que le dieron origen, su esquivo destino.

Articulo publicado en Revista Tell,  18 Mayo 2008

Armando Cartes Montory
Presidente
Sociedad de Historia de Concepción

 
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